6. Hombre en su punto. No se nace hecho: vase de cada día perfeccionando en la persona, en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al complemento de prendas, de eminencias. Conocerse ha en lo realzado del gusto, purificado del ingenio, en lo maduro del juicio, en lo defecado de la voluntad. Algunos nunca llegan a ser cabales, fáltales siempre un algo; tardan otros en hacerse. El varón consumado, sabio en dichos, cuerdo en hechos, es admitido y aun deseado del singular comercio de los discretos.
293. De la madurez. La gravedad material hace precioso al oro, y la moral a la persona. Es el decoro de las prendas, causando veneración. La compostura del hombre es la fachada del alma. No es necedad con poco meneo, como quiere la ligereza, sino una autoridad muy sosegada. Habla por sentencias, obra con aciertos. Supone un hombre muy hecho, porque tanto tiene de persona cuanto de madurez.
295. No hazañero, sino hazañoso. Camaleones del aplauso, dando a todos hartazgos de risa. Siempre fue enfadosa la vanidad, aquí reída: andan mendigando hazañas las hormiguillas del honor. Afecte menos sus mayores eminencias. Conténtese con hacer, y deje para otros el decir. Dé las hazañas, no las venda. Aspire antes a ser heroico que a sólo parecerlo.
29. Hombre de entereza. Siempre de parte de la razón, con tal tesón de su propósito, que ni la pasión vulgar, ni la violencia tirana le obliguen jamás a pisar la raya de la razón.
50. Nunca perderse el respeto a sí mismo. Ni se roce consigo a solas. Sea su misma entereza norma propia de su rectitud, y deba más a la severidad de su dictamen que a todos los extrínsecos preceptos. Deje de hacer lo indecente más por el temor de su cordura que por el rigor de la ajena autoridad.
54. Tener bríos a lo cuerdo. El brío del ánimo excede al del cuerpo: es como la espada, ha de ir siempre envainado en su cordura, para la ocasión. Es el resguardo de la persona: más daña el descaecimiento del ánimo que el del cuerpo. Tuvieron muchos prendas eminentes, que por faltarles este aliento del corazón, parecieron muertos y acabaron sepultados en su dejamiento. Nervios y huesos hay en el cuerpo: no sea el ánimo todo blandura.
55. Hombre de espera. Arguye gran corazón, con ensanches de sufrimiento. Nunca apresurarse ni apasionarse. Sea uno primero señor de sí, y lo será después de los otros. La detención prudente sazona los aciertos y madura los secretos. La misma fortuna premia el esperar con la grandeza del galardón.
69. No rendirse a un vulgar humor. Hombre grande el que nunca se sujeta a peregrinas impresiones. Es lección de advertencia la reflexión sobre sí: un conocer su disposición actual y prevenirla, y aun decantarse al otro extremo para hallar, entre el natural y el arte, el fiel de la sindéresis. Principio es de corregirse el conocerse; que hay monstruos de la impertinencia: siempre están de algún humor y varían afectos con ellos; y arrastrados eternamente de esta destemplanza civil, contradictoriamente se empeñan. Y no sólo gasta la voluntad este exceso, sino que se atreve al juicio, alterando el querer y el entender.
91. Obrar siempre sin escrúpulos de imprudencia. Si ya al calor de la pasión escrupulea el dictamen, condenará después, desapasionado, a necedad declarada. Son peligrosas las acciones en duda de prudencia; más segura sería la omisión. No admite probabilidades la cordura: siempre camina al mediodía de la luz de la razón.
112. Ganar la pía afición. Éntrase por el afecto al concepto. Algunos se fían tanto del valor, que desestiman la diligencia; pero la atención sabe bien que es grande el rodeo de solos los méritos, si no se ayudan del favor.
119. No hacerse de mal querer. No se ha de provocar la aversión, que aun sin quererlo, ella se adelanta. Muchos hay que aborrecen de balde, sin saber el cómo ni por qué. Es más eficaz y pronta para el daño la irascible que la concupiscible para el provecho. Afectan algunos ponerse mal con todos, por enfadoso o por enfadado genio; y si una vez se apodera el odio, es, como el mal concepto, dificultoso de borrar. Muestre, pues, estimar para ser estimado, y el que quiere hacer casa hace caso.
129. Nunca quejarse. La queja siempre trae descrédito. Y el varón atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos.
134. Doblar los requisitos de la vida. Es doblar el vivir. No ha de ser única la dependencia, ni se ha de estrechar a una cosa sola, aunque singular. Todo ha de ser doblado, y más las causas del provecho, del favor, del gusto. Es trascendente la mutabilidad de la luna, término de la permanencia, y más las cosas que dependen de humana voluntad, que es quebradiza.
159. Saber sufrir necios. Los sabios siempre fueron mal sufridos (es decir, ellos no saben sufrir o aguantar), que quien añade ciencia añade impaciencia. La mayor regla del vivir, según Epicteto, es el sufrir, y a esto redujo la mitad de la sabiduría. Si todas las necedades se han de tolerar, mucha paciencia será menester. Nace del sufrimiento la inestimable paz, que es la felicidad de la tierra. Y el que no se hallare con ánimo de sufrir apele al retiro de sí mismo, si es que aun a sí mismo se ha de poder tolerar.
167. Saberse ayudar. No hay mejor compañía en los grandes aprietos que un buen corazón; y, cuando flaqueare, se ha de suplir de las partes que le están cerca. Hácensele menores los afanes a quien se sabe valer. No se rinda a la fortuna, que se le acabará de hacer intolerable. Ayúdanse poco algunos en sus trabajos, y dóblanlos con no saberlos llevar. El que ya se conoce socorre con la consideración a su flaqueza, y el discreto de todo sale con victoria, hasta de las estrellas.
168. No dar en monstruo de la necedad. Sonlo todos los desvanecidos, presuntuosos, porfiados, caprichosos, persuadidos, extravagantes, figureros, graciosos, noveleros, paradojos, sectarios y todo género de hombres destemplados; monstruos todos de la impertinencia. Toda monstruosidad del ánimo es más deforme que la del cuerpo, porque desdice de la belleza superior.
192. Hombre de gran paz, hombre de mucha vida. Para vivir, dejar vivir. No sólo viven los pacíficos, sino que reinan. Hase de oír y ver, pero callar. El día sin pleito hace la noche soñolienta. Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz. Todo lo tiene a quien no se le da nada de lo que no le importa. No hay mayor despropósito que tomarlo todo de propósito.
225. Conocer su defecto rey. Ninguno vive sin él, contrapeso de la prenda relevante; y si le favorece la inclinación, apodérase a lo tirano. Comience a hacerle la guerra, publicando el cuidado contra él, y el primer paso sea el manifiesto, que en siendo conocido, será vencido. Para ser señor de sí es menester ir sobre sí. Rendido este cabo de imperfecciones, acabarán todas.
228. No tener voz de mala voz. Mucho menos tener tal opinión, que es tener fama de contrafamas. No sea ingenioso a costa ajena, que es más odioso que dificultoso. Vénganse todos de él, diciendo mal todos de él; y como es solo y ellos muchos, más presto será él vencido que convencidos ellos. Lo malo nunca ha de contentar, pero ni comentarse. Es el murmurador para siempre aborrecido.
249. No comenzar a vivir por donde se ha de acabar. Algunos toman el descanso al principio y dejan la fatiga para el fin. Primero ha de ser lo esencial, y después, si quedare lugar, lo accesorio. Quieren otros triunfar antes de pelear. Algunos comienzan a saber por lo que menos importa, y los estudios de crédito y utilidad dejan para cuando se les acaba el vivir.
256. Ir siempre prevenido: contra los descorteses, porfiados, presumidos y todo género de necios. Encuéntranse muchos, y la cordura está en no encontrarse con ellos. Ármese cada día de propósitos al espejo de su atención, y así vencerá los lances de la necedad. Vaya sobre el caso, y no expondrá a vulgares contingencias su reputación: varón prevenido de cordura no será combatido de impertinencia. Es dificultoso el rumbo del humano trato, por estar lleno de escollos del descrédito; el desviarse es lo seguro, consultando a Ulises de astucia. Vale aquí mucho el artificioso desliz. Sobre todo, eche por la galantería, que es el único atajo de los empeños.
257. Nunca llegar a rompimiento, que siempre sale de él descalabrada la reputación. Cualquiera vale para enemigo, no así para amigo. Pocos pueden hacer bien, y casi todos mal. No anida segura el águila en el mismo seno de Júpiter el día que rompe con un escarabajo: con la zarpa del declarado irritan los disimulados el fuego, que estaban a la espera de la ocasión. De los amigos maleados salen los peores enemigos; cargan con defectos ajenos el propio en su afición. Si fuere inevitable el desvío, sea excusable, antes con tibieza de favor que con violencia de furor. Y aquí viene bien aquello de una bella retirada.
275. Corriente, pero no indecente. No esté siempre de figura y de enfado. No afectar melindres; déjense para su sexo: aun los espirituales son ridículos. Lo mejor de un hombre es parecerlo; que la mujer puede afectar con perfección lo varonil, y no al contrario.
287. Nunca obrar apasionado: todo lo errará. No obre por sí quien no está en sí, y la pasión siempre destierra la razón. En conociéndose alterado, toque a retirar la cordura, porque no acabe de encendérsele la sangre, que todo lo ejecutará sangriento, y en poco rato dará materia para muchos días de confusión suya y murmuración ajena.
293. De la madurez. La gravedad material hace precioso al oro, y la moral a la persona. Es el decoro de las prendas, causando veneración. La compostura del hombre es la fachada del alma. No es necedad con poco meneo, como quiere la ligereza, sino una autoridad muy sosegada. Habla por sentencias, obra con aciertos. Supone un hombre muy hecho, porque tanto tiene de persona cuanto de madurez.
295. No hazañero, sino hazañoso. Camaleones del aplauso, dando a todos hartazgos de risa. Siempre fue enfadosa la vanidad, aquí reída: andan mendigando hazañas las hormiguillas del honor. Afecte menos sus mayores eminencias. Conténtese con hacer, y deje para otros el decir. Dé las hazañas, no las venda. Aspire antes a ser heroico que a sólo parecerlo.
300. En una palabra, santo, que es decirlo todo de una vez. Es la virtud cadena de todas las perfecciones, centro de las felicidades. Ella hace un sujeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz, plausible, verdadero y universal héroe. Tres eses hacen dichoso: santo, sano y sabio. La virtud es el sol del mundo menor, y tiene por hemisferio la buena conciencia; es tan hermosa, que se lleva la gracia de Dios y de las gentes.

Mucho Gracián y muy Gracián. ¡Ah, la sindéresis! «Todo ha de ser con seso».
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Cómo me gusta tu comentario, Vetusto Salaurino; es lo más granado y sesudo que leí por estos lares. ¡Salve, Vetusto Salaurino!
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Estupefacto me hallo, ante semejante exposición, de las casi divinas cualidades, que ha de poseer semejante prohombre.
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